En otro capítulo, ha
quedado explicada la unión de la Orden de San Jorge con la
de Montesa, así como los motivos que llevaron a tal fusión.
Fue por determinación del rey Martín, "el Humano",
a la vista de la penuria y miseria en la que se debatía la
de San Jorge. Ningún obstáculo puso, el último
Maestre de los de San Jorge, a la incorporación de su Orden
a la rica y poderosa de Montesa, al contrario, tomaron la decisión
del rey como inspirada por el Cielo, porque era el único remedio
que podía poner fin a sus males. En Alfama vivían los
Caballeros de San Jorge escasos de mantenimientos y en ocasiones,
hasta faltos de todo. Pero para llevar a cabo la feliz idea del monarca
era preciso obtener la licencia del Papa, así como la correspondiente
bula de autorización. En un principio, nadie creyó que
sería complicado ni difícil alcanzarla. Ocupaba por
entonces el solio pontificio el famoso Papa Luna. Y como su autoridad
se hallaba tan disputada, se pensó que no tendría inconveniente
alguno en acoger la solicitud con agrado, dando satisfacción
al rey y al Maestre de San Jorge. Así no es extrañar
que en menos de un día ya hubiera firmado una bula por la que
accedía a cuanto de él se pedía.
Solicitaron los Caballeros de Montesa, al Papa, la autorización
para cambiar su cruz, negra, en la llana y roja de San Jorge. También
lo consiguieron. Pero el horror, de los Caballeros de Montesa, desatose
cuando les llegó otra bula Papal en contra de ellos. ¿Cuál
había sido su delito? ¿Qué motivo era el que
desataba la cólera del Papa para ser tratados como herejes
y apóstatas en el mandamiento que les dirigió y que
vino a ser uno de los últimos emitidos por el Papa Luna? El
delito, si es que así puede denominarse a una ligerísima
falta, consistió en cambiar la cruz flordelisada negra de los
calatravos por la llana colorada de San Jorge. Cierto que el Papa
les había autorizado a cambiar de color pero alegó que
aquello no se refería al cambio de la cruz. Cierto que tenían
la aprobación del rey. Creyó don Martín, precisamente
el día de su coronación, que daría más
realce al acto que los caballeros de Montesa ostentaran en sus hábitos
la nueva enseña de la Orden que, como ha quedado dicho, había
sido la de San Jorge. Parece ser que, el Papa, celoso de su autoridad,
en un momento en que el Cisma estaba en todo su apogeo y gran parte
de la cristiandad comenzaba a no reconocerle como Pontífice,
quiso, con su acto, demostrar que era él y nadie más
quien podía autorizar, o negar, el cambio de cruz. Ardía
entretanto el Cisma; depuesto el Papa Luna, obligado a escapar de
Aviñón para refugiarse en su castillo de Peñíscola,
el asunto parecía de difícil solución. Malo de
componer era el pleito. Todo se vino a solucionar cuando un secretario
del Papa afirmó que este ya había perdonado a los caballeros
montesanos, con lo que se diopor terminado tan enojoso asunto. Dos
siglos, menos algunos meses, duró la Orden de San Jorge de
Alfama, siendo diez sus Maestres. El primero fue don Frey Juan de
Amenara, que alcanzó larga vida, siendo un soldado muy valeroso
que se encontró en la conquista de Mallorca con el rey Jaime
I. Y tales fueron sus pruebas que salió muy bien heredado en
tierras y vasallos. Ayudó también con su caballeros,
pocos, pero que valían por muchos, en la conquista de Valencia
y allí la Orden consiguió muchos privilegios. Las crónicas
citan al segundo Maestre, don Frey Aranaldo de Castelvell, que también
realizó hazañas, pero no tan grandes y sonadas como
su antecesor. Acompañó al rey a la toma de Játiva
y a sujetar a los moros levantiscos de Valencia. En el año
1.277 se rebelaron los moros valencianos; ya no existía el
rey don Jaime, al que habían tenido tanto temor.
A su hijo, Pedro, le tocó lidiar contra los musulmanes. El
rey en persona, llevando a su lado el Maestre de la Orden de San Jorge
de Alfama, acudió a combatirlos.
Quedaron los moros vencidos, dejando en poder del monarca un rico
tesoro que fue repartido por este con el Maestre de la Orden. Llamábase
este don Raimundo de Guardia y fue el tercero de los de la Orden.
Del cuarto Maestre, don Frey Hernando Gross, apenas se sabe gran cosa,
sino que vivió y murió, sin que se tenga constancia
de qué hazañas pudo realizar, si es que llevó
a efecto alguna.
Sí que se tiene constancia de su sucesor, el cual, no se sabe
si, tentado por el Demonio, llevó la Orden a tal punto de perdición,
en lo temporal y en lo espiritual, que la historia le dedica algunas
páginas, no muchas, pero las suficientes para dar cuenta de
sus odiosos actos y aborrecimiento a su memoria que califica de execrable.
Nada existía de respetable para él; se burlaba de las
cosas santas y dignas de veneración; el honor, la caballerosidad,
el respeto a las virginales doncellas, eran para él palabras
sin sentido. No tenía obra buena en su haber. De poder conseguir
algún beneficio, habría sido capaz de entregar, todo
el reino de Aragón a los moros, sin el menor escrúpulo.
Los Caballeros de la Orden, tomándole por loco, decidieron
cortar por lo sano, procediendo a encerrarlo por demente. Y no sólo
fue esto sino que fue desposeído de su dignidad de Maestre
por sentencia capitular de 18 de agosto de 1.327. Llamábase
este Maestre don Frey Jaime de Tarragó. El sexto Maestre, vino
a probar que después de la tempestad viene la calma. En contraste
con el anterior, cúmulo de perversidades y maldades, el nuevo
era todo lo contrario. Frey Pedro Guach, fue el reverso de la medalla
de su antecesor. Fue un cumplido caballero y un valiente soldado que
acompañó al rey, don Jaime II en la campaña de
Almería, siendo el año 1.309.
Este Maestre fue amigo particular del rey y durante largo tiempo,
su privado. Aprovechó esta situación, para aumentar
el prestigio de su Orden, extendiendo sus dominios por Valencia y
Cataluña, fundando casas y conventos bajo la advocación
de San Jorge y se esforzó en hacer respetar, a todos, la cruz
de la Orden, algo desprestigiada por la actuación del anterior
Maestre. El séptimo Maestre se llamó Frey Alberto Certons,
el cual, con el título de Comendador, gobernó la Orden
por entonces considerado el puesto de Maestre como "sede vacante".
Don Pedro IV, de Aragón, emprendió la campaña
de Cerdeña y para ello pasó con su armada a esta isla.
Fue una expedición castigada por toda suerte de plagas, enfermedades,
peste y hambre. El Comendador de San Jorge salió ileso de toda
clase de peligros. Con sus caballeros acompañó al rey
durante todo el tiempo que este estuvo en la isla, esto es, hasta
su total pacificación. Cuando desembarcó en Barcelona,
sus hermanos le abrazaron y en Capítulo le nombraron Maestre
de la Orden. Este hombre que tan señalados servicios prestó
a la Corona, vivió pobre en sus últimos años,
y murió miserablemente. En lo que respecta al octavo Maestre,
Don Alberto, nada se dice de él en la historia, ni bueno ni
malo. Fue Maestre pero renunció pronto a tal dignidad. Se dice
que algo grave debió ocurrir a la Orden para que el noveno
Maestre, antes de su renuncia, la pusiera en manos del rey. Lo cierto
es que Frey Guillén Castelló, así lo hizo. Y
llegaron los tiempos del décimo y último Maestre, don
Francisco Ripollés. La Orden de San Jorge de Alfama ya había
alcanzado su total decadencia. Ante esta situación, el Maestre
lo puso todo a disposición del monarca y así, la que
fue en tiempos, gloriosa Orden Militar, acabó en Cofradía.
Vinieron otros Reyes, pero ya nada quedaba de la otrora Orden de San
Jorge de Alfama, excepto los pocos que aún se mantenían
fieles a ella. Por eso, el rey Martín tomó la decisión
de unirla a la de Montesa, único remedio para que no se hundiera
del todo.
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