Fue fundada en el año 1158 por el abad Raimundo de Fitero
para defender de los moros la villa de Calatrava, siendo aprobada
su constitución por el Pontífice Alejandro III, según
Bula expedida el 25 de septiembre de 1164, confirmada después
por Gregorio VIII y por Inocencio III. El fundador adoptó
para ella la regla de San Benito y Constituciones del Císter,
y los monarcas la enriquecieron con multitud de donaciones, siendo
asimismo muy valiosos los privilegios que le concedieron reyes y
papas, entre los que mencionaremos los siguientes: gozaba la Orden
del derecho de diezmo desde el puerto de Yébenes hasta el
del Muradal, y del de portazgo desde Agaz hasta tierra de moros
sobre las recuas que desde Toledo fuesen a Córdoba, o desde
Caprilla, Gafek o Úbeda llevasen frutos minerales por cualquier
camino; sus ganados tenían libre tránsito y pasto
por toda clase de terrenos, sin satisfacer peaje ni derecho alguno,
y el Rey San Fernando eximió de tributos a cuantas posesiones
adquiriese.
Estaba exenta la Orden de la jurisdicción de los ordinarios
diocesanos y puesta bajo la protección y amparo de la Santa
Sede. Nadie, exceptuando el Císter, podía ejercer
sobre ella el derecho de visita, que ella, en cambio, ejercía
sobre las Ordenes de Avis, de Alcántara y de Montesa. Ningún
prelado podía excomulgar a sus frailes, ni a sus capellanes,
ni familiares, y en caso de hacerlo, tenían facultades sus
priores y sacerdotes para absolverlos, salvo en los casos reservados
por su gravedad al Papa.
La importancia que con sus riquezas, inmunidades y poder llegó
a adquirir esta Orden fue tan grande que sus maestres se convirtieron
en verdaderos príncipes eclesiásticos, temidos y mimados
por los reyes, que los admitían en sus Consejos, y a quiénes
llamaban a concilio los papas, dándoles también parte
de su elevación al solio pontificio. Esta situación
preponderante recibió el primer golpe con la incorporación
del Maestrazgo a la Corona, llevada a cabo por los Reyes Católicos,
en su propósito de robustecer el poder real, y cesó
en el siglo XIX en que la incautación de los bienes de la
Orden por el Estado y la abolición de sus fueros y exenciones
la dejaron reducida a la categoría de corporación
puramente honorífica.
Se
compuso en sus orígenes de caballeros y religiosos profesos,
que vivieron casi desde el principio con separación, habiendo
entre los primeros solamente el número de clérigos
necesario para su dirección espiritual. Aquellos debían
presentar para su admisión, al igual que en Santiago, Alcántara
y Montesa, las pruebas de nobleza de las que se ha mostrado siempre
muy celosa esta Orden, y hacer los votos ordinarios, comprometiéndose
a defender la fe católica ya guerrear sin descanso contra
los moros; desde el año 1652 añadían a dichas
obligaciones la de defender la Inmaculada Concepción de María.
El Pontífice Paulo III por Bula dada en 1540, autorizó
a los caballeros para contraer matrimonio, y actualmente los antiguos
votos han sido sustituidos en su mayor parte por breves oraciones.
En los comienzos de este siglo se ha adoptado para todas las Órdenes
Militares españolas un uniforme igual, no diferenciándose
los caballeros de ellas nada más que por la cruz, que es
el distintivo especial de cada una, consistiendo la de Calatrava
en una cruz roja flordelisada, que se lleva sobre el pecho en el
uniforme, y al costado izquierdo en el manto blanco que constituye
el traje de ceremonia, propio de las festividades religiosas.
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Cuando dueños los moros africanos de la mayor parte de la
Península, estallaron entre ellos las primeras rivalidades
que tanto habían de facilitar a nuestros antepasados la obra
de la Reconquista, el antiguo obispado de Oreto, enclavado en la
cuenca alta del Guadiana, y cuyo centro era la ciudad del mismo
nombre, fue teatro de las más enconadas luchas entre los
invasores, que acabaron por asolar esta población, obligándoles
a trasladar, ya en el siglo VIII, la cabecera de aquella comarca
a la villa de Calatrava, que situada en la orilla misma del Guadiana
y en la confluencia de los caminos romanos que desde Andújar
y Mérida se dirigen por Consuegra a Toledo, era punto estratégico
de la mayor importancia, que ellos acrecentaron más aún
fortificándola con esmero. Conquistado Toledo por Alfonso
VI fueron esta ciudad y Calatrava los puntos de partida de las Sangrientas
expediciones con que moros y cristianos se hostilizaban de continuo
mútuamente. En una de ellas, año 1138, llegaron los
musulmanes hasta las mismas puertas de Toledo, y en otra, año
1143, encontró honrosa muerte Munio Alfonso, Alcaide de la
antigua capital del reino visigodo, que hasta entonces había
sostenido con fortuna el estandarte de la cruz enfrente de su colega
de Calatrava, el sanguinario Faraj Abdalí. Estos sucesos
probaron hasta la evidencia que la seguridad de Toledo dependía
de la posesión de Calatrava, y en su consecuencia Alfonso
VII decidió apoderarse de ella, como lo efectuó en
enero de 1147, entregando la villa a los Templarios para su conservación
y defensa.
Muerto Alfonso VII el Emperador se dispusieron los
almohades en 1158 a invadir la cuenca del Guadiana, y desesperando
los Templarios de poder defender la plaza, en vista de los formidables
preparativos que hacían los infieles para recuperarla, decidieron
devolverla a la Corona, haciendo entrega de ella al Rey Don Sancho
III, quién comprendiendo la dificultad de hacer por su cuenta
lo que no podía hacer una Orden tan poderosa, mandó
pregonar que si alguien se atrevía a tomar a su cargo la
defensa de aquella villa se le daría en propiedad, con derecho
de que la pasase a sus sucesores.
Hallábanse
a la sazón en Toledo fray Raimundo Siena, abad del monasterio
de Santa María de Fitero, y fray Diego Velázquez,
religiosos ambos del Císter, y al ver que nadie aceptaba
el ofrecimiento del monarca, llenos de celo por la religión,
tomaron sobre sí tan arriesgada empresa, firmándoles
el Rey en Almazán, enero de 1158, la carta de duración,
en virtud de la cual pasaba la villa de Calatrava a ser propiedad
de la Orden del Císter, con tal de que esta la defendiese
de los enemigos de la cruz. El arzobispo de Toledo, por su parte,
ofreció la absolución de sus culpas a todos los que
acudiesen en socorro de aquella plaza, ya tal llamamiento acudieron
multitud de caballeros y hombres armados, muchos de los cuales profesaron
en la Orden, y acompañados por ellos partieron los dos monjes
para Calatrava; añadieron nuevas fortificaciones a las existentes
y lo pusieron todo en disposición de resistir el recio choque
que contra la villa proyectaban los moros.
Para consolidar más aún su posición marchó
después fray Raimundo a Fitero, y predicando allí
la lucha contra los enemigos de la fe, recogió dinero, armas
y bastimentos, y pudo volver a la plaza al frente de una multitud
de monjes, labradores y artesanos -que algunos historiadores cifran
en 20.000-, a todos los cuales estableció en sus nuevos dominios
repartiéndolos entre las aldeas y campos de los alrededores
de la fortaleza, que quedó de esta manera convertida en una
posición de las más formidables que entonces se conocían.
Toda aquella muchedumbre de defensores se organizó, como
era natural, por el estilo de las órdenes monásticas
que tantos laureles e influencia habían conquistado peleando
en los Santos Lugares, estableciendo el fundador la debida separación
entre los monjes de coro y vida contemplativa y los caballeros militantes,
cuya misión había de ser hacer la guerra a los infieles.
Por el año 1163 murió fray Raimundo -hoy San Raimundo
de Fitero-, cuyo talento y virtudes le habían conquistado
el respeto de todos, y en 1196 su compañero fray Diego Velázquez,
que corno hombre de guerra había sido el brazo derecho de
aquel y su consejero y amigo de confianza. Muertos estos dos fundadores
entró la discordia en el seno de la comunidad, por repugnar
a los caballeros -que eran el nervio de la Orden- seguir viviendo
bajo el gobierno de un abad, y en consecuencia eligieron un Maestre
para que los dirigiera, retirándose los monjes a Ciruelos,
abandonando a sus hermanos el señorío de Calatrava.
El primer Maestre, Don García, considerando
insuficientes las Constituciones dejadas por fray Raimundo, y deseando
ensanchar la esfera de acción de la Orden, que no debía
limitarse según su juicio a defender aquella importante villa,
acudió al Capítulo General del Císter para
que le marcase forma de vida, como al principio hemos indicado.
Accedió aquel, convirtiéndose así la milicia
del mundo en milicia de Dios, y pasando a ser los caballeros hermanos
y no familiares del Císter. Se reservó al abad y monasterio
de Scala-Dei la inspección de la comunidad de Calatrava,
y se modificó, en obsequio de ésta, la regla de San
Benito para que no estorbase a los caballeros el ejercicio de las
armas. Estos debían hacer voto de castidad, pobreza y obediencia
al Maestre y vestir el hábito blanco del Císter, con
un escapulario debajo de la túnica, y cosida a él
una capilleta que asomaba por el cuello.
De esta manera la naciente Orden Militar de Calatrava, fundada como
dijimos en 1158, quedó establecida sobre nuevas bases, obteniendo
las aprobaciones de la Santa Sede, que también dejamos referidas.
Pronto por su lealtad hacia el Rey Don Alfonso VIII, a quién
prestó auxilio cuantas veces la requirió, fue adquiriendo
la Orden mercedes y donaciones, y tan rápidamente crecieron
su poder y su fama, que el Rey de Aragón hubo de solicitar
su ayuda para contener las correrías de los moros de Valencia,
re- compensando sus buenos servicios con la donación de lugares
conquistados, y hasta de villas tan importantes como la de Alcañiz,
que fue asiento de sus principales encomiendas.
Su
cuarto Maestre, don Nuño Pérez de Quiñones,
guerreó con fortuna como sus antecesores y alcanzó
del Capítulo del Císter, reunido en Borgoña,
nueva regla de vida, que fue confirmada en 4 de noviembre de 1187
por el Papa Gregorio VIII, según también referimos.
Venciendo con el Rey Don Alfonso en Alarcos pasó este Maestre
por la amargura de ver su casa matriz de Calatrava en poder de los
infieles, la cual le obligó a vivir errante con sus caballeros
algún tiempo hasta que conquistado el castillo de Salvatierra,
en las estribaciones de Sierra Morena, hicieron de él durante
doce años el baluarte y casa principal de la Orden.
Entretanto los caballeros aragoneses, separándose de la obediencia
que debían al Maestre, eligieron otro en la persona de don
Garci López de Moventa, pretendiendo convertir en convento
mayor de aquella la encomienda de Alcañiz. Don Martín
Martínez, que sucedió a Quiñones en el maestrazgo,
recabó del Papa Inocencio III la confirmación de nueva
regla, la cual hizo este en 28 de abril de 1199, tomando bajo su
protección los castillos de Salvatierra y de Calatrava, no
obstante hallarse el último en poder de los infieles, y condenando
el cisma promovido por los caballeros aragoneses, quienes, en vista
de la actitud del Pontífice, hubieron de volver otra vez
a la obediencia de don Ruiz Díaz de Angüas, que siendo
Comendador Mayor hizo afortunadas correrías por tierras de
moros, tomándoles muchos castillos y lugares, defendiendo
también con tesón la residencia de Salvatierra, sitiada
por los almohades, y cuando, después de tres meses de sitio,
no quedaban de aquella más que ruinas, se retiró con
los pocos caballeros que sobrevivieron al desastre a la villa de
Zorita, donde admitiendo nuevos afiliados se rehizo la Orden, que
pudo así unirse al ejército que humilló el
poderío de la media luna en la gloriosa batalla de las Navas
de Tolosa, no sin que antes tuviese el valeroso Maestre la satisfacción
de ver recuperada por la fuerza de las armas la villa de Calatrava,
cuna y solar de la Orden. A la toma de aquella siguió nueva
confirmación papal de la regla, expedida por el mismo Inocencio
III en 20 de mayo de 1214, siendo ésta la última de
las confirmaciones apostólicas que obtuvo; las reales puede
decirse que fueron tantas como monarcas hubo en Castilla desde Sancho
III, sin contar las otorgadas por los Reyes de Aragón.
El octavo Maestre, don Martín Fernández
de Quintana, hizo donación de la villa de Alcántara
a la Orden de San Julián del Pereiro, con la cláusula
de que ésta había de estar sujeta en todo tiempo a
la visita, corrección y reforma de Calatrava, y levantó,
en 1216, la fortaleza de Calatrava la Nueva, frontera de Salvatierra,
a la que se trasladó la comunidad, abandonando la antigua
residencia, que además de ser malsana había perdido
su importancia estratégica después de los notables
progresos realizados en los últimos años por las armas
castellanas.
Siguiendo el pendón del Rey San Fernando sojuzgaron las milicias
de Calatrava el reino moro de Baeza, conquistaron las fortalezas
de Martos, Andújar y Arjona, y tomaron parte en la rendición
de Córdoba, Jaén y Sevilla, no habiendo, puede decirse,
empresa alguna de significación contra los infieles, en que
la Orden, entonces en el apogeo de su gloria, no desempeñase
uno de los papeles principales. La ambición de ganar importancia
política e influencia preponderante en los asuntos del reino
hizo olvidar pronto a los poderosos maestres que por su misión
especial debían permanecer ajenos a las discordias civiles
que ensangrentaron el suelo de Castilla desde el reinado de Don
Alfonso X "el Sabio", y así se vio a la Orden alzar
su pendón a favor del Infante Don Sancho contra el Rey su
padre y apoyar en tiempo de Don Juan II la rebelión del Infante
Don Enrique, sin perjuicio de que más tarde el propio Maestre
don Pedro Girón fuese uno de los magnates que mayor parte
tomaron en las turbulencias del reinado de Don Enrique IV el Impotente.
También su hijo y sucesor, don Rodrigo Téllez Girón,
tomó partido por la Princesa Doña Juana la Beltraneja,
presentándose en esta ocasión -como en la guerra civil
del reinado de Don Pedro I el Cruel- divididos los calatravos en
dos bandos, pues muchos caballeros abrazaron la causa de Doña
Isabel I la Católica.
Pero con ser lamentable esta injerencia de la Orden en los asuntos
públicos, no lo fue tanto como el espectáculo que
ofreció a menudo con sus discordias intestinas, atizadas
por la ambición y la soberbia de algunos de sus miembros,
ansiosos de alcanzar la dignidad de maestre, tan codiciada por la
influencia que gozaba, como por sus cuantiosas rentas. Bajo el gobierno
de su 17º Maestre, don García López de Padilla,
alzose el Comendador Mayor don Gutiérrez Pérez disputándole
sus derechos, y se dio por primera vez el caso de que los dos bandos
acudiesen a las armas para ventilar sus diferencias, durando la
lucha cuatro años, hasta que decidieron acudir al papa como
árbitro, quién, como era de esperar, sancionó
la elección de don García.
Poco después se declaraba en abierta rebeldía el Clavero
don Fernán Ruiz, apoyado por otros descontentos, con el pretexto
de que el Maestre don García conspiraba para poner en el
trono a don Alonso de la Cerda, y le depusieron nombrando en su
lugar a don Alemán, Comendador de Zorita. Aquel apeló
al Císter, y la injusta sentencia, dictada sin oír
siquiera a don García, fue revocada; pero la discordia latente
estal1ó pronto, poniéndose esta vez a la cabeza de
los descontentos el Clavero don Juan Núñez de Prado,
que encerrándose en Ciudad Real sostuvo larga y porfiada
lucha con los partidarios del Maestre, y viniendo con él
a las manos le venció, entrando después a degüello
en Migueliturra, donde cometió toda clase de atropellos,
castigando así el delito de su fidelidad a su señor
natural.
Depuesto al fin Don García, a pesar de las protestas
del Císter y del mismo papa, fue elegido Maestre el turbulento
don Juan Núñez, quién fue a su vez combatido
por otras rebeliones, siendo la principal de ellas la de la Encomienda
de Alcañiz, que provocó un verdadero cisma, que pudo
ser fatal para la Orden, y que se solucionó al fin pacíficamente,
gracias a la intervención del Rey de Aragón, bien
conocido es el desastroso fin que tuvo este Maestre, víctima
de la perfidia del Rey Don Pedro, y oportuno es que anotemos que
la poderosa Orden, tan celosa en otro tiempo de sus prerrogativas
y derechos, recibió tamaña afrenta sin la más
leve protesta. Tuvo empeño el monarca en que fuese entonces
elegido don Diego García de Padilla y, así se hizo,
pero tampoco pudo gozar con tranquilidad de su cargo, pues tuvo
que sofocar la rebelión del Comendador Mayor, don Pedro Estébanez,
que estuvo a punto de suplantarle.
Tan funestos ejemplos fructificaron, como era de esperar,
y el nuevo Maestre, don Martín López de Córdoba,
fiel servidor de Don Pedro el Cruel, tuvo pronto un competidor en
la persona de don Pedro Muñiz, amigo y partidario de Don
Enrique de Trastamara. Desde que la Orden había dado en mezclarse
activamente en los asuntos públicos, los reyes hicieron todo
lo posible por intervenir en los de aquella, y muy especialmente
en la elección de Maestre, que procuraron recayese en persona
a ellos grata, a lo que se prestó por lo regular dócilmente
el Capítulo. Esta docilidad rayó en el más
humillante servilismo cuando por voluntad del monarca fue elegido
el célebre Marqués de Villena, sin ser caballero profeso
de Calatrava, y hallarse además casado. Lo irregular del
caso y el disgusto que causó tal elección en los que
se consideraban con mejor derecho a ocupar su puesto hicieron que
muchos de los frailes reunidos en Calatrava eligieran a don Luis
González de Guzmán, y muerto el monarca protector
de Villena todos negaron obediencia a éste, anulando su elección
el Císter, y eligiendo a su rival, al que no faltó
tampoco un competidor en los últimos días de su gobierno.
Don Alonso de Aragón fue el 27º Maestre,
alcanzando también esta dignidad sin haber previamente sido
caballero profeso; pero como al romperse poco después las
paces entre los reyes de Navarra y Castilla se puso de parte del
primero, fue destituido por traidor. Hubo, sin embargo, tal disparidad
de opiniones en el Capítulo que resultaron con votos el propio
don Alonso, don Pedro Girón y don Juan Ramírez de
Guzmán, surgiendo de aquí un nuevo cisma, pues el
primero se refugió en Alcañiz, no conformándose
con dejar el cargo, y el segundo pretendió imponer su autoridad
en los lugares de Andalucía, estableciendo su corte en Osuna.
Esta situación duró diez años y medio al cabo
de los cuales quedó sin oposición al frente de la
Orden don Pedro Girón, hombre turbulento y ambicioso, que,
aspirando a la Corona de Castilla, hizo renuncia del maestrazgo
en su hijo bastardo don Rodrigo Téllez Girón, que
sólo tenía entonces ocho años de edad, renuncia
que fue aprobada por el papa y que no produjo tampoco ninguna pro-
testa entre los frailes, como si tal cargo, en vez de electivo,
fuese hereditario.
El último Maestre, antes de llevarse a cabo la incorporación
del maestrazgo a la Corona, y el que hacía el número
30º fue don García López de Padilla. Ya antes
de su muerte comisionaron los Reyes Católicos a don Alonso
Gutiérrez para tratar con la Orden de la incorporación,
a lo que ésta accedió con la sola condición
de que no saliesen de ella los bienes que le pertenecían.
Aprobó el Pontífice Inocencio VIII el proyecto de
los monarcas, prohibiendo que los caballeros eligiesen en lo sucesivo
Maestre, bajo pena de nulidad, y así cuando murió
don García perdió la Orden su existencia independiente,
quedando desde entonces vinculado el cargo de Maestre al Rey de
Castilla por disposición expresa del Papa Adriano VI en 1523.
Desde esa fecha vino a ser una corporación meramente honorífica
y nobiliaria.
Su traje capitular consiste en un manto blanco con una cruz roja
flordelisada de trazos iguales.
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