Fueron las necesidades y defensa
de los Santos Lugares del Cristianismo los que dieron origen a la
creación de las Órdenes de Caballería, u órdenes
Militares.
Dejando aparte todo lo concerniente a Oriente y ciñéndonos
exclusivamente a España, la creación de estas Órdenes
no difiere gran cosa de aquellas que se originaron en torno a Jerusalén
y los Santos Lugares. Si cruzados fueron aquellos caballeros, cruzados
lo fueron también cuantos compusieron las Órdenes Militares
españolas (Alcántara, Montesa, Santiago, etc.) dado
que en España también el cristianismo luchaba contra
la religión mahometana personificada por los árabes
invasores de la Península. En las Cruzadas que se desarrollaron
en Tierra Santa no participaron los caballeros españoles. ¿
Y para qué iban a hacerlo?. Tenían al común enemigo
de su fe instalado en el propio territorio nacional. Las Órdenes
Militares españolas son las de Santiago, Calatrava, Alcántara
y Montesa. Pero la existencia de estas no excluía a cuantos
españoles quisieran combatir en Palestina bajo la Cruz de Cristo,
inscribiéndose en las otras Órdenes, tales como la de
los Templarios, Hospitalarios o del Santo Sepulcro. Eran organizaciones
mitad religiosas, mitad guerreras formadas por monjes que seguían
las Reglas de algunas de las grandes Órdenes existentes. Absolutamente
todas, precisaban para constituirse la autorización pontificia
como Órdenes Religiosas que eran pero, además, la de
los Reyes. Pero al depender directamente de la Santa Sede quedaban,
por lo tanto, exentas en lo religioso de la jurisdicción el
clero secular.
Existía el voto obligatorio, que casi siempre consistía
en la castidad, pobreza y obediencia, pero también debían
pronunciar el hallarse en todo momento dispuestos al combate contra
los enemigos de la religión cristiana. En casi todas, se introdujeron
dos clases de miembros: los monjes que hacían la vida conventual,
entregados solamente a rezos y plegarias y los caballeros que, sin
perjuicio de encontrarse también sujetos a ayunos, oraciones,
penitencias y otros deberes religiosos, disponían de mayor
libertad al ser considerados como guerreros y encontrarse casi continuamente
en campaña contra el enemigo de la fe cristiana. Absolutamente
todos los caballeros llevaban la cruz o insignia de la orden a la
que pertenecían sobrepuesta o bordada en la capa o manto. Quedaba
una última clase, la que se denominaba de los "donados"
o "sirvientes de armas".
Y además de esta clase, que podría equipararse a la
de los escuderos, las órdenes contaban con la ayuda de numerosas
personas de la población civil que, por su adhesión
a estas corporaciones recibían el nombre de "familiares".
Absolutamente todas estaban regidas por un Consejo, con cargos administrativos,
pero todos sujetos a la autoridad de un Gran Maestre. Y fueron no
pocas las ocasiones en que el Gran Maestre de una orden de este tipo
llegó a tener tanta, o más autoridad que el rey y tampoco
faltaron las ocasiones en que se enfrentaron a sus Monarcas. El poder
de las Órdenes Militares llegó a ser enorme, teniendo
bajo su mando y jurisdicción numerosas tierras, villas, castillos
y fortalezas. Como sus servicios como un ejercito en campaña
eran inestimables, los reyes no sólo no se atrevían
a enfrentarse a sus Maestres, sino que los cubrían de riquezas.
El declinar de las Órdenes Militares españolas se inició
con el reinado de los Reyes Católicos. Conseguida la expulsión
de los moros de España, hecha la unificación nacional
y sin enemigo, las Órdenes Militares dejaban de tener la principal
causa de su existencia. La misión de las Órdenes Militares
estaba cumplida: los enemigos de la religión cristiana habían
sido vencidos en España, sus guerreros ya no tenían
adversario al que combatir. Disponer de un poder total y absorbente,
sin permitir que existiera un Estado dentro de otro Estado. Ese es
el motivo por el cual, desde un comienzo y no siéndole ya de
utilidad, Fernando e Isabel pusieran todo su empeño en ir minimizando
el papel de los señores feudales para terminar anulándolo
por completo. Terminada la Reconquista con la toma de Granada, la
altivez antigua de la nobleza debió someterse al poder real.
Los tiempos en que los nobles aragoneses se atrevían a enfrentarse
a su rey y decirle en pleno rostro "Cada uno de nosotros vale
tanto como vos y todos juntos más que vos", habían
pasado para siempre. Ni Fernando ni Isabel eran Monarcas capaces de
doblegarse ante el poder del feudalismo. Los Grandes Maestres de las
Órdenes Militares, esencialmente en Castilla, disponían
de un poder enorme y un influjo social importantísimo lo que
les permitía alternar con los reyes en un plano de igualdad.
Malamente los Reyes Católicos podían tolerar que esta
situación siguiera vigente igual al pasado. Así, con
habilidad política, incorporaron los Maestrazgos de la mayor
parte de las Órdenes Militares a la Corona. Los cuantiosos
bienes de las Órdenes españolas pasaron al poder de
la autoridad real y tierras, villas y castillos tuvieron por sus únicos
señores a los reyes. A las Órdenes Militares ya no les
quedó otra cosa que la denominación de instituciones
honoríficas. Por si esto no bastaba, se creo el llamado Consejo
de las Órdenes Militares, organismo que en realidad, tan sólo
era el conducto por el que a dichas Órdenes les llegaba la
voluntad real. Pero todo tiene su contrapartida: la nobleza mediante
su ingreso en las Órdenes Militares, tenían ricas encomiendas
y exención total del pago de tributos al tesoro real. Esta
organización perduró en España hasta los comienzos
del siglo XIX, en la que se dictaron leyes que anularon los señoríos
así como multitud de derechos que habían venido formando
el antiguo sistema administrativo y social. Los bienes que les quedaban
a las Órdenes Militares quedaron sujetos a la desamortización
especialmente a la ley de 1 de mayo 1.855 y 11 de julio de 1.856.
El Estado se incautó de dichos bienes y las instituciones que,
en el pasado dispusieron de tanto poder y riqueza, quedaron convertidas
en meramente honoríficas. La primera República suprimió
las Órdenes Militares junto a las Maestranzas de Caballería,
pero posteriormente en el año 1.874, las restableció,
dejando al Pontificado que regulase su disciplina, lo que hizo el
Papa el 18 de noviembre de 1.875. Detallar las empresas guerreras
de las Órdenes Militares sería trabajo largo y prolijo,
repitiendo buena parte de la historia de España. Pero puede
decirse que sus caballeros tomaron parte en todas las guerras contra
los moros durante los siglos XIII, XIV y XV, y que sus Maestres iban
al frente de sus huestes, muriendo muchas veces en las batallas. Por
citar un sólo ejemplo, los Grandes Maestres de la Orden de
Santiago, Sancho Fernández, murió en la batalla de Alarcos,
el también Maestre Pedro Arias, en la de las Navas, y otro
Maestre, Pedro González de Aragón, en el Sitio de Alcaraz.
En lo que se refiere a la riqueza que llegaron a poseer las Órdenes
Militares, basta citar a la de Calatrava, cuyas posesiones pasaban
de 350, entre villas y lugares donde vivían más de 200.000
personas. Sus iglesias eran 90 y sus encomiendas llegaban a 130 que
producían anualmente más de cuatro millones de reales.
En lo que se refiere a la de Alcántara, poseía 35 encomiendas,
con 53 villas y aldeas, dos conventos de comendadores y un colegio
en Salamanca que fundó Felipe II.
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